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MISCELÁNEA AZORINIANA
Obras desaparecidas 21 El caballero incongruente 25 Entre el astracán y la vanguardia 33 El teatro secreto 44 SIEMPRE ABIERTOS
Clarín y las vírgenes locas 61 Bécquer inédito 65 Los sonetos de la dama portuguesa 68 170 poemas chinos 71 30 poemas árabes 74 Introducción a la bohemia 77 Poesía y bohemia 80 Memoria de Colombine 83 Rafael Cansinos Assens 86 Emilio Carrere 92 Inabarcable Ramón 97 Una vida 100 Tal como eran 103 Esa gentuza y otros ajustes de cuentas 104 Nadie lee a nadie 109
Los Poemas de provincia, de Andrés González-Blanco 118 Poesía satírica española 121 Una voz de mujer 124 Melos melancolía 127 Ángel González en la generación del 50 130 José María Valverde 133 Los poemas en prosa de Ángel Crespo 136 La poesía de Caballero Bonald 139 Francisco Brines, poesía y verdad 142 Últimas crónicas de Fernando Quiñones 145 La verdadera historia de Carlos Pujol 148 Joan Margarit en la estación de Francia 151 Pavana del desasosiego 154 Relectura de Félix Grande 157 Una antología consultada 160 Claves de una generación poética 166 Antonio Martínez Sarrión, mayor y menor 169 Enigmas y despedidas 172 Hacia otra luz más pura 175 Una historia de amor 178 El caso Panero 182 La canción del presente 185 Los mundos y los días 188 Real como la vida misma 191 Las sílabas del mundo 194 La semana fantástica 197 Las trampas del tiempo 200 La magia burlesca de Felipe Benítez Reyes 203 Colección de ciudades 206 La poesía de Vicente Valero 208 Un licor seco y fuerte 211 El tamaño del universo 214 Leyenda napolitana 217 Para lo que no existe 220 El mundo hecho pedazos 223 La emboscada 226 Ingenuidad y virtuosismo 229 FIN DE AÑO NOTA DEL AUTOR [la reproducimos íntegramente en el cuadro que sigue] |
Mis lecturas comenzaron publicándose en la revista Jugar con fuego, allá por 1975, y luego fueron pasando por diversas publicaciones —Fin de siglo, Renacimiento, El Ciervo— hasta recalar, de momento, en el suplemento del diario El Mundo. Biblioteca circulante constituye la quinta entrega de esa serie, que es menos obra de un crítico al uso que de un lector curioso e incansable que gusta de hablar de lo que ha leído en un amical café o en tertulias de tinta y de papel. Las lecturas anteriores se recopilaron fundamentalmente en las siguientes entregas: La poesía figurativa. Crónica parcial de quince años de poesía española (Sevilla, Renacimiento, 1992), que se ocupa de poetas nacidos entre 1942 (Juan Luis Panero) y 1967 (José Luis Piquero). El término “poesía figurativa”, que yo empleé por primera vez, ha servido luego para calificar, o descalificar, a algunos de los mejores poetas surgidos en los últimos años. Café con libros (Gijón, Llibros del Pexe, 1996), donde la crítica —ya no sólo de poesía— adopta la forma de diálogo, de tertulia en la que la literatura es una excusa para hablar de cualquier cosa. Como en cualquier tertulia, de ciertos escritores se dice lo que todos piensan, pero nadie se atreve a escribir o a decir en público. Cómo tratar y maltratar a los poetas (Gijón, Llibros del Pexe, 1996) termina también con una conversación sobre poesía, “Criticar al crítico”. Previamente se ha hablado de poesía española del siglo XX (de Manuel Machado a Lorenzo Oliván) y de esa otra poesía española que ha sido escrita en colaboración con Omar Jayyam, Pessoa, Cavafis, Carver, y que muchos juzgan un imposible: la poesía traducida. Punto de mira (Gijón, Llibros del Pexe, 1997) es un libro misceláneo, que concluye con uno de mis habituales diálogos imaginarios, “Cómo acabar de una vez por todas con la poesía de la experiencia”. Pero me temo que no logré acabar con ella: ese manoseado fantasma, que cada cual interpreta a su manera, parece que sigue gozando de buena salud. Muy especialmente entre críticos, poetas y periodistas no excesivamente sobrados de ideas. ¿A quién pude interesar esta interminable conversación sobre libros, este viaje sin fin alrededor de mi biblioteca? No lo sé. Pero sí sé que la pasión es contagiosa, y que es posible que estas apasionadas páginas mías despierten la curiosidad de algún lector por los nuevos poetas españoles, por los autores de siempre, olvidados de tan consabidos, o por algún escritor menor que amarillea en las librerías de viejo. “Quien no ame los libros, que no abra este libro” decía el lema que yo le sugería al editor que colocara al frente del volumen. “No es necesario”, me respondió. “¿Quién va a abrir un libro que se titule Biblioteca circulante si no es alguien que no puede vivir sin libros?” Pronto va a hacer cuarenta años que yo entré por primera vez en una biblioteca circulante. Recuerdo bien el primer libro que de aquella cueva del tesoro —estaba en Avilés, en una esquina de la calle Jovellanos— me llevé a una casa sin libros: Lecturas españolas, de Azorín. Ojalá que algún lector encuentre en esta otra Biblioteca circulante algo de la magia y el deslumbramiento que yo encontré en aquel destartalado edificio. Bien sé que hay placeres que sólo son posibles en la adolescencia, pero a algunos afortunados —entre los que se cuentan todos los buenos lectores, entre los que quisiera contarme— la adolescencia les dura toda la vida.
Oviedo, 21 enero 2000
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