- YO SÉ que mis palabras te parecen
- cosas sin importancia; te equivocas:
- perdurarán intactas y el transcurso
- de los días del tiempo y de sus noches
- no las marchitará. Vendrá un futuro
- momento en que otros labios, aún secretos,
- acaso las pronuncien no sin cierto
- temblor. Tú y yo seremos polvo, y distintos
- mármoles vocearán nuestras victorias
- y el hierro habrá cedido al prepotente
- rumor de la clepsidra. Mas tus ojos
- seguirán alentando en cada línea,
- perennemente jóvenes. También algo
- de aquel jardín que nunca compartimos.
- (Las cosas que me acechan)
- LA LUNA
- a J.L.B.
- La luna que miramos desde el Tíber
- o aquí, bajo la noche de los astros,
- es única y común. Ritos y magias
- de antiguos sacerdotes que oficiaban
- orgullosos misterios, la coronan
- de fórmulas y flores fenecidas,
- de jóvenes efebos que salmodian
- olvidadas canciones, para siempre.
- Estas cosas pasaron. Son ahora
- mientras veo la luna y no comprendo
- qué estoy haciendo aquí, por qué es tan triste
- contemplar esa luz, si se está solo
- (Prosopon)
- EPITAFIO
- Os encomiendo, padres, a la pequeña Erotion
- que hacía mis delicias, para que
- no sufra, temerosa, ante las negras
- sombras ni me la asuste pobrecilla
- la insólita mirada de Cerbero.
- A punto estaba
- de cumplir seis inviernos. Que, contenta,
- juegue en tan venerable compañía,
- balbuciendo mi nombre, como ayer,
- con su boquita aún torpe.
- Suave cesped
- cubra sus blandos huesos. Y tú, tierra,
- ella lo fue contigo séle leve.
- (Segunda mano)
- A UN POETA AMIGO
- Afirmas, Martiniano, que los dioses
- no han muerto todavía y a menudo
- revélanse a tus ojos repentinos
- y dulces. Qué equivocado estás:
- esos cuerpos fugaces, esas rosas
- de jade que te miran cuando lento
- vas por la vía Sacra, son vacías
- máscaras asustadas que te ocultan
- la cierta y temerosa y gris ceniza.
- EL POEMA
- (Variación sobre un tema de JRJ)
- No la toques ya más,
- que así es la prosa.
- (Historia antigua)
- LAS ROSAS DE BABILONIA
- No me preguntes cómo pasa el tiempo
- Liu Kiu Ling
- No me preguntes cómo pasa el tiempo.
- El caso es que ya estoy un poco sordo
- y el pelo me blanquea. Sin embargo,
- aún siento un no sé qué, algo muy tenue
- (como un temblor de luna en un estanque),
- aquí, justo en la boca del estómago,
- cada vez que te miro. Qué curioso,
- qué curioso, ¿verdad? Qué raro: el tiempo,
- que en Babilonia destruyó las rosas,
- que terminó con Júpiter y a polvo
- redujo los imperios y las caras
- (que todo se lo llevó por delante
- como un rinoceronte enloquecido),
- me parece que hoy se va a dejar
- los dientes (por lo menos), en su inútil
- empeño de ir borrándote esos ojos
- que intactos yo lo quiero aquí se quedan.
- (Retórica)
- SIN EMBARGO...
- Días de soledad y leve lluvia
- acechando tu paso en la estratégica
- penumbra de algún bar. Vuelan las horas,
- vuela el viento en la calle. La mañana
- se me hace pese a todo interminable
- en aquella inquietud el cigarrillo
- agoniza en mis dedos temblorosos,
- el café se me enfría; tú no acabas
- de venir a cruzar la incierta esquina.
- De Quincey (cuenta Borges) no dejaba
- de buscar a su Anna por las calles
- de Londres. Vano empeño. Claro que
- ni tú eres esa Anna ni soy yo
- el pobre de De Quincey. Ni esta birria
- de pueblo es la soberbia Londres.
- Sin embargo...
- (Las rosas de Babilonia)